martes, 12 de julio de 2011

El Impacto Espericueta

ES ALGO VERDADERAMENTE EMOTIVO, ESTO ES LO QUE COMENTA UN CRONISTA INTERNACIONAL DE NUESTRO "ESPIRI" LEAN LA NOTA COMPLETA!


Hay jugadores que te conmueven con dos pases. No digo "llaman la atención", ni "gustan", ni "interesan". Digo "conmueven". Porque el efecto que te producen la primera vez que los ves está relacionado con la emotividad. Con los sentidos más que con el intelecto. Con el alma más que con el cuerpo. Jorge Espericueta pasó a integrar esta categoría de propiciadores de impactos profundísimos el pasado 22 de junio, exactamente a las 02:49 de la madrugada, hora centroeuropea, 19:49 en México. Le mandé, en ese instante preciso, un SMS a Sergio Santomé con sólo cuatro palabras: "Qué jugador es Espiricueta...". Espiricueta, escribí, equivocadamente, porque no disponía de dorsales oficiales ni de listados, sólo intentaba reproducir el nombre que la televisión local repetía constantemente cada vez -y eran muchas- que el 7, un chico delgaducho y zurdo, pasaba el balón de manera especial. No estaba trabajando, no pretendía hacer ningún scout, ni sabía que a esa hora jugaba México. Volví de la playa, me tumbé en la cama y encendí la tele. A ver qué ponen. México-Congo. Ok. Pues veámoslo. Y de repente, el shock. En una semana en la Riviera Maya, no me sucedió nada tan sensitivo como el descubrimiento de Espericueta. Sí. Cancún, para mi, fue esencialmente un pase de Espericueta.

Volví a casa, regresé a la dinámica de trabajo y me encomendé seguir de cerca a Espericueta. Pensé en escribir sobre él, dedicarle un artículo, pero renuncié a ello: era demasiado pronto. ¿Por dos pases? ¿Dedicarle un artículo a un chico de 16 años por dos pases? Bueno, citémoslo, pensé, colemos su nombre en un texto sobre Chicharito. Dos semanas después, el elogio público con grandes titulares ya es obligatorio. Jorge Espericueta es campeón del mundo sub-17 con México y sólo una decisión que parece más política que futbolística le arrebató el Balón de Oro del campeonato. Le dieron el de plata, el premio inmediatamente inferior al que recibió Julio Gómez, nuevo héroe nacional mexicano tras marcar de chilena en el último segundo el gol de la victoria en la semifinal ante Alemania, pocos instantes después de haber recibido un fuerte golpe en la cabeza que lo tuvo varios minutos conmocionado y que le obligó a regresar al campo con una venda en la cabeza.

¿Quién es Espericueta? Un chico nacido en Monterrey el 9 de agosto de 1994 y que juega en las divisiones inferiores del Tigres. Un futbolista complicado de definir, porque aglutina algunas virtudes que difícilmente se conjugan en un mismo jugador. Esto es lo extraordinario. Su posición ideal, o al menos aquella en la que más ha brillado a lo largo del torneo, es la de segundo medio centro, o interior con libertad absoluta al lado de un pivote defensivo más posicional. En el esquema de México sub-17, el acompañante del más destructor Escamilla en el 4-4-2. Es el punto de inicio de la mayoría de acciones de ataque de su equipo, pero eso no lo inhabilita para ser también trascendente en tres cuartos de campo. Es un pasador, pero un pasador con tendencia a la profundidad, un distribuidor dotado de una visión aguda, un enorme lector de los partidos. Sólo toca horizontal cuando es absolutamente imposible verticalizar. Detecta huecos que el espectador no percibe. Pierde algunos balones porque se asocia con el riesgo, pero son infinitamente más numerosos aquellos que transporta a la zona de peligro con un simple gesto técnico. Pero además es capaz de desequilibrar en conducción, con giros y desbordes impropios de un organizador puro. Como Modric o Nuri Sahin, es un enganche jugando de medio centro. Un enganche que marca diferencias jugando de medio centro.

El partido que mejor muestra las virtudes de Espericueta es la semifinal ante Alemania. Su gol de córner directo dio la vuelta al mundo -y evidenció que posee también un preciso golpeo de balón-, pero esa acción concreta no debería ocultar el enorme encuentro global que jugó el 7 de México. Merece la pena visionarlo fijándose especialmente en él. En qué hace con la pelota y, sobre todo, en qué hace sin la pelota. En dónde se ofrece cada vez que empieza la jugada. En dónde tira los desmarques después de dar el primer pase. En su capacidad para, pese a ser el mejor jugador del centro del campo de su equipo y que los contrarios lo sepan, recibir casi siempre libre. El espectáculo es fascinante. A veces hay que fijarse muy bien, porque suelta la pelota antes de que lo reconozcas y tienes que rebobinar para asegurarte de que sí, en efecto, fue él quien metió ese cambio de juego de cuarenta metros al pie del compañero.

Anoche, en la final ante Uruguay, brilló menos, pero demostró que es adaptable a otras posiciones. El rival salió a presionar muy arriba y por momentos asfixió al Tri, lo que provocó que el técnico Raúl Gutiérrez ordenara un cambio de sistema. El equipo pasó al 4-3-1-2 y Espericueta cayó algo más al costado izquierdo. Le llegaron menos balones, pero fue uno de los artífices de que la dinámica del partido se modificara y México se empezara a sentir más cómodo. Aunque a efectos de rendimiento individual salió perjudicado, el nuevo dibujo mejoró al colectivo ante la gran respuesta táctica del adversario. Y pese a ello, pese a mostrar una versión algo más oscura, fue capaz de nuevo de dar los mejores pases del partido.

México se proclamó campeón con todo merecimiento, ganando los siete partidos disputados, gestionando el apoyo de su gente -que abarrotó el Estadio Azteca con 100.000 espectadores- para convertirlo en un elemento que contagiara entusiasmo y energía y no en un factor de presión. Fue un equipo magnífico en lo colectivo, que siempre propuso, que jamás se arrugó, que decidió los choques más parejos en los últimos minutos y que nunca se conformó con el empate. Nos dejó varios nombres para apuntar. Fierro, por ejemplo, es un delantero de movimientos impecables. Casillas, un extremo puro que electrizó los tramos finales siempre que entró de revulsivo, es dinamita pura. Y tantos otros. Pero el cronista, a menudo, debe plasmar en sus textos los impactos personales, aquello que ha trastornado su ánimo acercándolo a un estado de anormalidad. Y en este Mundial sub-17, el único que logró ese efecto en mi sujeto fue Jorge Espericueta.


Fuente/marca.com

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